Para las fiestas Una buena noche  Corridas en busca de los regalos; intentos desesperados porque Papá Noel no defraude expectativas; brindis, agasajos y reuniones que atentan contra los más conspicuos observantes de las dietas; nervios, ánimos crispados, impaciencia y una indoblegable compulsión por llegar a tiempo con todo son la constante en los días previos.
Después se suceden los interrogantes: ¿Dónde nos reunimos?, ¿preparo el vithel toné?, ¿qué llevamos de postre?, ¿con los tuyos o los míos?, ¿quién pasa a buscar a la abuela? Dudas más, preguntas menos, la escena se repite, como todos los años, en casas, casitas, caserones o minúsculos cuartos a lo largo y ancho del planeta. Una de las cosas más maravillosas de la Navidad es, precisamente, su carácter universal: con apenas la diferencia que imponen los distintos husos horarios, y las respectivas tradiciones, millones de personas, en todo el mundo, acuerdan y coinciden en una misma celebración. Una que tiene incluso la fuerza de imponer una tregua hasta en las guerras más feroces.
Y si en los campos de batalla más despiadados los enemigos olvidan por un momento sus diferencias, ¿por qué no hacer nosotros también un intento? ¿Por qué no aprovechar para declarar nuestro propio y metafórico alto el fuego, deponer nuestras armas y, guerreros en reposo, repasar las inútiles guerras que declaramos sin saber y sin habérnoslo propuesto; los heridos que dejamos en combate con la lanza de nuestras palabras; las tácticas y estrategias que equivocamos, o la ayuda humanitaria que no supimos brindar cuando hacía falta?
Rindámonos si es necesario, y pidamos perdón. No es tarde. Todavía estamos a tiempo de hacer, de esta Nochebuena, nuestra mejor noche..
Viernes, 23 de diciembre de 2011
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