Por Felipe Pezzarini Si por él me preguntasen  Si por él me preguntasen, les diría que era indoblegable. Tenía el capricho de ese niño, pura pulsión de vida, nacido en Paraje Labougle, que nutría su niñez con melodías de tren y aromas a matecocido.
Ese niño, que se encaprichaba con la vida, y no se regala nada; se gastaba todas las rodillas tan solo en vivir. El quinto de 6 hermanos. Debió valerse del dicho popular de "el que no llora, no mama". Por esos tiempos, lo único que se regalaba eran los penales de algún picado improvisado después de estudiar. Acostumbrado a jugar entre hierros calientes, chatarras y el peso del sol que la piel sabía raspar. Era felíz entre tanto campo forestal.
Si por él me preguntasen, les diría que su presencia encendía el ambiente donde estaba, ni siquiera alguna que otra mosca a portarse mal atinaba. Un solo resongo, alcanzaba para que sus hijos, y después nietos dejen de portarse mal. Si por él me preguntasen, les diría que había una señorita, dulce, tierna y serena, que con el pasar de los años se transformó en su compañera de vida; de batallas y aventuras. Cual Sancho Panza respaldando a Don Quijote en sus alocadas lanzadas a conquistar y defender su propio mundo. La Susy, mi abuela, transformaba su templanza en escudo, como si fuera alquimista para a él cuidar.
Si por él me preguntasen, les hablaría de su voluntad y fortaleza mental. Destrozado a la noche por algún incendio forestal e iluminado la mañana siguiente se recitaba un tango y salía a el mundo reconquistar: era su momento quijotesco. Salía el tigre a volver a cazar.
Si por él me preguntasen, les diría que sus nietos eran su estímulo al despertar, los estofados de pollos su comida a invitar, su regocijo que no estaba dispuesto a cancelar.
En la espera de ellos estaba ya su saborear. La comida y su calor, sólo acompañaba la fogata que prendía con sus troncos para que nos abriguemos al pasar. Nunca faltaban esos chispazos, que la madera dejaba al friccionar.
Si por él me preguntasen, les diría que sus caballos eran parte de su hogar. Las carreras eran el espejo de su vida pasar. Cada zancada, un momento de su vida venía a su recordar. Su "Chispita", su "Pereré", su "Psicólogo" y tantos más. Los nombres que elegía no eran al azar. Pero para averiguarlo, por su casa había que irlo a visitar, pues de otra manera no lo iba a contar.
Si por él me preguntasen, les diría que me levanta el orgullo al sentir que su historia se soldó con la mía. Como los hierros que se soldaban en su arrocera del Iberá.
Si por él me preguntasen, les diría que no van al alcanzar estos renglones para su historia contar. Muchos amigos dejó en este lado del mundo que hay que habitar. Un recuerdo imborrable de su boina, todavía escucho ese "mijo, alcánzame mi yoqui" susurrar. Completaba esa figura, de un líder de manada que sabe comandar.
Sólo no me quiero olvidar de una cosa más. Mi abuelo Bebe, era un Don quijote en busca de la libertad. Al fin y al cabo, volvió a ser un niño-viento para salir de nuevo a jugar. Y por supuesto, en algún rincón volver a soplar.
FELIPE.Jueves, 21 de abril de 2022
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