Texto de cuentos para no creer René Batalla Antes de las quince y cuarenta y cinco  Después de las dos de la tarde, un día cualquiera, como un suceso mágico, comienza a caer un manto de seda color naranja sobre los techos de las casas.
La quietud es tan extensa y el silencio tan profundo que puede oírse con claridad las hojas al caer sobre la superficie de las veredas. A esa hora, todo sucede en puntillas de pies y hasta algunos incautos suelen robarle unos minutos de sueño a la muerte.
No dormir la siesta, para mí siempre ha sido un acto de rebeldía.
Nadie, sospecha siquiera, que cuando las calles se quedan vacías, salimos nosotros, los errantes, los soñadores, los apasionados, los insanos, los buscadores de encantos, historias y paisajes.
Hace un poco de frío, cierro mi campera, envuelve mi cuello con mi pañuelo rojo y azul con arabescos color beige, abro el portón, respiro todo el aire que es sólo mío y comienzo mi recorrido.
Al pasar frente a la puerta de Martín oigo que alguien se une al crujir de las hojas al pisar, desde lo de Palón alguien más, cerca de lo de Largueri otros, del portón de Gari uno más. A la altura del portón del Tiro Federal, en un movimiento como al descuido pero previamente programado, giro y sigo caminando a la inversa, intentando verlos. Nada. Vuelvo a girar y continúo caminando.
Al cruzar por lo que era el Hospital Ferroviario, escucho murmullos, voces entremezcladas, susurros que no llego a comprender.
Frente de lo de Analía, desde el Parque Forestal se suman unas cuantas pisadas más.
Sé que son ellos. Siempre hacen lo mismo.
En la curva del parque, que antes solían llamar Villa Cariño, el ramaje se mece suavemente. Paso frente al depósito de lanchas, en la bajadita a la Cachuera al pasar sobre el desagüe que atraviesa por detrás del Hotel de Turismo, allí, entre los sauces y los pastos, se detienen, no puedo verlos pero sí puedo escuchar mis pasos solitarios.
Continúo.
Club de Pesca. Costanera y sus palmeras. Aduana y los sauces sobre la orilla. Muelle. Club Regatas. Casa de Turismo.
Y a partir de allí el aire es distinto. La entrada al Balneario con los añejos eucaliptos bordeando ambos costados de la calle, hace que otro sea el olor y la temperatura.
En el Balneario las viejas casuarinas suenan a flauta dulce cuando el viento roza sus ramas. Toda la naturaleza se recuesta hacia el oeste como en un gesto antiguo de amor y entrega a la brisa del río.
Luego de una curva la calle se bifurca. De un lado, el pinar en doble hilera, sobre la costa los fresnos temblando desnudos de invierno.
LLego hasta la Cruz y regreso.
El mismo camino.
Toda esta geografía me pertenece de tal manera que podría recorrerla con los ojos cerrados o dejándome llevar por las sensaciones que puedo captar en cada desnivel, cada recodo, cada árbol.
Después de pasar por La Cachuera, desde los pastizales emergen nuevamente tras de mí.
Me siguen.
En la bajada de la calle Sarmiento, hay un antiguo paraíso al que amo desde que era niña, me acerco hasta casi abrazarlo y luego bajo hasta Las Piedras.
Ese es mi lugar, mi preferido, mi más preciado y sensiblero lugar.
Me siento sobre las rocas y descanso.
Era tal el barullo que hacían a mis espaldas que giro para verlos.
Ahí están, sentados frente a mí en un amoroso semicírculo, me miran con los ojitos de siempre, aunque en algunos de ellos denoto cierta piedad.
Desde el fondo del grupo se levanta uno, que por cierto no lo había visto anteriormente.
Bastante flaco, desgarbado y con cara de nada. Se para frente a mí, estira un poco su chaqueta marrón y dice:
- Señora debo informarle que debido a un sin número de inconvenientes que han surgido, hemos decidido, casi en unanimidad, que a partir de hoy se le administrará de otra manera los servicios nuestros.
Pensé que era una puesta en escena. Y que su voz era fatalmente espantosa. Emitía unos agudos y graves que lastimaban mis oídos.
- Al ver que su manejo es inescrupuloso y abusivo. Hecho que no podemos permitir. Usted debe decidir con quién de nosotros se quedará. Por ende esperamos su resolución y su firma para cerrar el trato.
Me sentí molesta, fastidiada a causa de su actitud tan imperativa y descarnada.
-Necesito tiempo para tomar una decisión- dije con voz firme, para que se diera cuenta que no me amedrentaba su insolencia.
- No. Esto debimos hacerlo hace un tiempo atrás que por otros avatares de la siesta dejamos pasar. Puede elegir a tres de nosotros y la decisión debe ser tomada antes de las quince y cuarenta y cinco.
- Tres? Es imposible! Creo que al menos tendrían que considerar mi fidelidad, mi paciencia y mi antigüedad- y al terminar la frase sentí la ridiculez en mi rostro quemándome.
-Tres, señora. Y le quedan nueve minutos.
Maldije en cincuenta y cinco lenguas por lo bajo, pero siempre supe que si no se puede pensar hay que actuar, así que entrecruce los dedos de mis manos y las giré hacia su rostro y el crujido fue tal que hasta sentí dolor.
Los miré uno por uno, los conocía de hace tanto tiempo! Sabía qué podía brindarme cada uno de ellos. Era míos. Los amaba.
Mi corazón latía tan veloz que me costaba respirar. En algunas miradas pude ver gotitas. Tal vez ellos también me amaban.
Elijo el del PUDOR, el de la INTELIGENCIA y el de la LOCURA- dije con cierta culpa.
- Bien señora, firme aquí. El resto de nosotros cumpliremos con nuestra misión. Los duendes hemos sido creados para que más de una persona tenga ilusiones. Además de usted, otros nos necesitan.
Firmé y todos comenzaron a irse.
El duende de la FELICIDAD me guiño un ojo. El duende de la FORTUNA me sacó la lengua. El duende de la ENVIDIA me hizo pito catalán, el duende del HONOR me hizo montoncito con su mano izquierda y el duende de la TERNURA me envió un beso soplado. Caminaron hacia el riacho Santa Lucía.
Me sentí despoblada.
Alguien tiró de la manga de mi campera. El duende del PUDOR me hizo seña de volver a casa.
El duende de la INTELIGENCIA arrimó una silla y se puso a mirar por la ventana.
El duende de la LOCURA se despatarró en el sofá.
Y el duende del PUDOR se acurrucó sobre la alfombra de la entrada.
Golpean la puerta.
Abro.
Otra vez él!
Bastante flaco, desgarbado, con cara de nada y con su pésimo tono de voz dijo:
- No hemos sido presentado formalmente. He sido asignado como su custodia permanente. Es un placer y un honor pertenecerle señora. Soy el duende de su SOMBRA.
René Hilda Batalla.
Sábado, 11 de julio de 2015
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