Crianza Juego, más que juguetes: el mejor regalo que les podemos hacer a nuestros hijos  "El juego dirigido nunca es lo que un niño elige, muchas propuestas adultas prevalecen los intereses de los mayores por sobre los de los niños, y que a veces preferimos que el niño no se ensucie, no moleste, no haga ruido, que esté quieto. Y que eso no lo ayuda ni habilita todos los beneficios que el juego genera.” Beatriz Caba, titular de la ONG IPA Argentina
¿Por qué es importante el juego en la infancia? En la infancia, el juego es la actividad por excelencia de los niños para explorar el mundo y desarrollar su subjetividad integralmente. Es la única actividad que posibilita el crecimiento armónico y la potencialización de todas sus inteligencias (matemática, corporal, lingüística, espacial, musical, inter e intrapersonal, naturalista) en forma simultánea e integral. Además, en forma espontánea articula con el aprendizaje del niño/a a través de la vivencia significativa de valores humanos (paz, amor, solidaridad, libertad, cooperación, responsabilidad, otros) y de todas las conductas protectoras resilientes, como la creatividad, el sentido del humor, la espiritualidad, etc. Jugar es una necesidad vital para el niño: para él el juego tiene el mismo valor que el alimento. Si los adultos obstaculizamos esta actividad en la infancia, ponemos en riesgo social, orgánico y psicológico su integridad y adaptación como sujeto, como ciudadano, violando sus Derechos. Jugar no es un mero pasatiempo es una forma de aprender a vivir.
¿Es importante que los acompañemos o juguemos con ellos?
Las condiciones ideales de juego se dan cuando el adulto que acompaña al niño posibilita tiempo y espacio para el juego libre todos los días. Espacios donde es posible crear, naturales, liberados, con diversidad de materiales a disposición, con propuestas abiertas, que propicien el uso de la imaginación, según las edades, intereses y necesidades de cada niño o grupo.
Tiempos no apurados, tiempos para compartir y en soledad, tiempos para hacer y para no hacer cosas, tiempos para diversas actividades, tiempo para comunicarse, elegir y decidir a que jugar.
¿Qué podemos hacer los padres para potenciar esos espacios y momentos?
Para que el tiempo de juego sea provechoso para un niño es importante:
1) No dirigir ni decidir a qué deben jugar, haciendo prevalecer las necesidades e intereses de los adultos por sobre los de niños.
2) Escuchar con atención a qué quieren jugar y darle opciones nuevas que amplíen su repertorio cultural lúdico y expresivo.
3) Demostrarle afecto y ganas de jugar.
4) El juego puede ser facilitado por un adulto responsable que propicie el clima lúdico, que interaccione con humor y no como maestro, que proponga espacios, tiempos y materiales diversos. Pero también es importante que le otorgue tiempo para jugar solo o acompañado de sus pares, sin que sienta el control continuo del adulto, dándole así la libertad necesaria para que el niño ejercite su autonomía, busque desafíos y corra algunos riesgos necesarios para aprender a vivir.
5) Disponer la ternura: la ternura tiene que estar puesta al servicio del niño. Parece algo obvio pero que está ausente en muchos escenarios donde la infancia habita. Esa ternura se transmite con una mirada sostenida y significativa, entregada a la "altura niño" (es importante muchas veces poder ponerse en cuclillas para mirarlos a los ojos y poder, en esa horizontalidad, tener un contacto más cercano y verdadero que posibilite la comunicación humana).
6) Escuchar: otro elemento imprescindible en la relación y facilitación del adulto que habilita espacios y tiempos de juego es la escucha. Es importante y necesario escuchar (no oir) y observar (no mirar) la acción y el decir del niño antes de dar una respuesta que no sea orientativa o estimuladora. Muchas veces lo que necesita no es una respuesta sino otra pregunta que lo conduzca a encontrar varios caminos o soluciones a lo que lo intriga o desafía en su pensamiento o en su acción.
¿Cómo describe, o cómo imagina, un adulto que no jugó, o que jugó poco en su infancia?
Un chico que no juega seguramente será un adulto dependiente, incapaz de tomar decisiones por cuenta propia. A un adulto que jugó poco en su infancia le faltarán herramientas para sortear obstáculos, no podrá imaginar distintas soluciones a un problema. Podrá ser víctima del estrés y la depresión fácilmente y le costará relacionarse y consolidar vínculos. Los acuerdos y los valores no serán su fuerte pero seguramente será o muy obediente, quizás prolijo y metódico pero, nunca, un creativo ni un feliz ser humano.
Creo que lo importante es valorar siempre a nuestro hijos/as, alumnos/as por lo que son y no por lo que podrían ser. Desprendernos de prejuicios y creencias. Educarlos con amor, ternura y respeto como seres únicos, hijos de la vida. Ellos tienen derecho a que sus adultos los ayuden a crecer y desarrollar al máximo de sus potencialidades, y para eso hay que acompañarlos desde la palabra y las acciones con mensajes positivos y alentadores aún en los momentos más difíciles para que cobren autonomía e individualidad.
Todos cometemos errores pero siempre se está a tiempo de transformar vínculos, comenzar diálogos, crear situaciones de acercamiento y mejorar nuestra comunicación con nuestros hijos/as que como, ya se dijo muchas veces, "no son nuestros sino que son hijos de la vida", por lo que hay que ayudarlos a volar felices y seguros de sí mismos.
¨El hombre no deja de jugar porque se vuelve viejo, se vuelve viejo porque deja de jugar¨, dice Bernad Show. Miércoles, 1 de mayo de 2013
|